viernes, 3 de febrero de 2012

TODOS FELICES

“Todos felices”. La obra, que podrá verse en tres estrenos (y ambientes) ...
Crítica. “Todos felices”. La primera de las tres obras, “Comedor”, es francamente hilarante.


02.02.2012 | Por Mario Frías Especial Para Clarín
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teatro “Todos felices” "Comedor"
A casi cuarenta años de su estreno, traspolada de Inglaterra a la Argentina, Todos felices , de Alan Ayckbourn, mantiene una

eficacia inusual. No sólo por mérito de una articulación que aún hoy resulta “novedosa” (hablamos de un tríptico que puede verse

como totalidad o como tres piezas independientes), sino por la agudeza de su dirección. Oscar Martínez maneja con la misma pericia

el exterior y el interior de cada personaje, los subtextos, lo callado.

La obra, coral, de gran impacto humorístico, tiene actuaciones brillantes. Y parejas.

Todos felices se centra en los delirantes vínculos de una familia durante un reencuentro obligado, por un fin de semana, en torno a

una anciana enferma. En este caso hablamos de Comedor , la primera de las tres piezas, que funciona por sí misma, sin necesitar de

las otras para ser comprendida. Los próximos estrenos serán Living y Jardín : cambios de espacios escénicos, con una unidad

estilística y narrativa.

Envueltos en una impecable ambientación de época –fines de los ’60-, los seis personajes que dan vida a esta disparatada historia

van entretejiendo lazos y situaciones que irán creciendo a lo largo de dos días y medio de forzada convivencia. La represión, la

histeria, la culpa y la vergüenza, tamizados por un humor que jamás se ancla en lo superficial, irán atravesando y modificando a

estos seres sufridos y queribles.

Daniel (Juan Minujín), conquistador pertinaz, buscará ser feliz sin que le importen las consecuencias. Eva (Silvina Bosco), su

esposa, extremadamente miope, no ve, no quiere ver. Sara (Carola Reyna, formidable) lleva al límite expresivo a su personaje:

verborrágica y conservadora, vive atrapada en una corporalidad ampulosa, dislocada. Leo (Carlos Portaluppi, de gran presencia

escénica y potente voz) es su marido, de vida tediosa, seca como las galletas marineras que come.

Charly (Peto Menahem) es el único que no pertenece al clan. Un tierno veterinario, siempre dubitativo: un neurótico de manual.

Muriel Santa Ana deslumbra en su papel de Ani, la solterona que cuida a la madre anciana y que desea poder romper con sus

inhibiciones.

Desopilante, entre otras, la escena de la cena del domingo. El caos que se produce cuando quieren realizar el sencillo acto de

sentarse a la mesa. Genera una comicidad desternillante, cargada de sentidos. En esa confusión de ubicaciones y lugares se juega la

de cada uno como individuo. El miserable menú -un guiso aguado que nadie sabe qué contiene- es bautizado por Ani, ya hastiada, como

“guiso del orto”. Y desnuda el descuido general que los domina. La situación por fin estallará y muy pocos saldrán indemnes.

El espectador se sentirá un voyeur de la insólita intimidad familiar a lo largo de este fin de semana. Y querrá espiar qué sucede

en otros ámbitos de la casa. Esa es, exactamente, la tentadora propuesta de la trilogía: mostrar, a través de distintas obras, lo

que en las otras queda fuera del campo visual de los espectadores.

«TODOS FELICES

CLARIN




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