“Excalibur, una leyenda musical”. La comedia de Cibrián y Mahler no tiene nada que envidiarle a las del Primer Mundo.
19.01.2012 | Por Marina Zucchi mzucchi@clarin.com Podria interesarte
Pepe Cibrián Angel Mahler Ahogado, como si se le hubiera atragantado ese aplauso con ruido a tormenta, Pepe Cibrián hizo del final de la función de Excalibur, una leyenda musical (en el Astral) otra función. Provocaba al público con un monólogo en inglés, que remató en chiste: “Ah, cierto, no estamos en Broadway. ¡Me cansé de las palabras coach, casting. Nuestro idioma es hermoso, usemos nuestras palabras!”. Junto a Angel Mahler se despachó con la puesta más ambiciosa de su historia. Dejó sabor a primer mundo y la sensación de que es posible escapar de este mundo por un rato para perderse en uno que duela menos.
Perder para aprender a recuperar. Entender que en la pérdida está la ganancia. Sobre esa sustanciosa metáfora trabajó la dupla. Rodearon el cuentito de la parafernalia necesaria para abstraer al público: cualquiera podría creerse sentado en una butaca de Broadway. Pero los millones invertidos no consiguen solapar el encanto mayor y el más sencillo: la sangre de Juan Rodó y de un elenco que deja las vísceras en escena.
La historia se sustenta en la leyenda del Rey Arturo y su espada, tópico de enésimas versiones cinematográficas y teatrales. En la versión de Cibrián-Mahler hay licencias entrañables y humor. Arturo es Emilio Yapor, de 25 años (y apenas un pasado actoral en Drácula ), un joven al que el rol le calza con justicia.
El Mago Merlín es Rodó, el fetiche de la dupla, quien tuvo el desafío ésta vez de una pieza teatral que no es sólo cantada. Su mago Merlín dista del estereotipo de anciano de cabellos largos. Este tiene vitalidad y gracia e insta a Arturo a “un viaje” que puede ser el de cualquiera: muerto su padre, deberá aprender a hacer del barro su camino. El amor de Arturo recae en las espaldas deGuinevere (Luna Pérez Lening, quien a los 17 años será desconocida en términos populares, pero ganó la confianza de Cibrián después de su firmeza en Drácula ). Su modo angelical colabora con su personaje principesco y logra estremecer a través de su voz. Candela Cibrián es la despiada Morgana, otra que ya mostró su talento en Drácula .
En dos horas y media, los ojos reciben estímulo constante: que los trajes (más de 200), que la revolución de las luces, que la cuota de ilusionismo (personajes que, literalmente, se elevan o esfuman), que el cambio constante de escenografías. Podría jugar en contra el exceso de asombro a fines de la historia, y sin embargo no le hacen perder foco ni esencia. Uno entiende que esa intención de hacer creer en los sueños está en primer lugar. “Si eres capaz de pedirlo, eres capaz de soportarlo. Si eres capaz de imaginarlo, lo puedes hacer real. Si eres capaz de tanto, eres capaz de más”, se escucha a los personajes. Y la catarata poética sigue.
“Elena Roger tuvo que irse y hacerse conocida afuera para que acá la escucharan”, advertía encendido Cibrián en su monólogo post-estreno. “Puedo decir lo que se me cante porque soy ciudadano ilustre”, advertía y se comparaba, por torrente verbal, a Enrique Pinti, presente en la sala (y ovacionado). Pero Cibrián no es Pinti. Habla intensamente y en velocidad, pero prefiere hacer hablar a los otros a través de sus cuerpos. Y los cuerpos de Excalibur hablan de soñar sin dormir. Aquí, también, podemos hacerlo
clarin
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